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jueves, 27 de marzo de 2014

DÍA INTERNACIONAL DEL TEATRO MENSAJE DOMINICANO

Escrito por Iván García Guerra

 Casi en sueños, tenemos tus sonoras palabras surgiendo de una neblinosa mitología, la nuestra, la taína, que nos habla, según parece, no de la eglógica vida suspendida fuera del tiempo, si no de la tremenda sorpresa del foráneo mal que llegó por el mar:
Igi aya Bombe / Aya bomba ya bombai / Lamassam Ana Caona / Van van Tavana dogai / Aya bomba ya bombai / …
Ya en su primer verso pregonas con dulces sonidos: “primero muerto que esclavo”, sin saberlo estableciendo un patrón de rebeldía, de valor y del reclamo de justicia y bienestar.
Como algo telúrico aunque local, en esta pequeña isla, ombligo en las Américas y el Mundo, más o menos modelo de grandes continentes. Algo surgía en tu terruño, panacea o veneno (dependiendo de quién lo califique), que marcaba tu vertical talante sedicioso, pequeño y solitario; pero fuerte y eterno en tus anhelos. 
Algo después, antes de que nadie ni siquiera imaginara que podíamos ser una comunidad independiente, el 23 de junio de 1588, a la sombra de la Catedral de Santo Domingo, bajo el cielo, según dicen profanando la celebración del Corpus Christi, con la voz de Cristóbal de Llerena tronaste en un “Entremés” de lengua antigua tu reclamo, tu protesta, tu defensa aborigen, censurando la colonia y la violencia autoritaria, y enrostrando aquel Monstruo, personaje legendario, carne de las malas costumbres y de malos gobiernos, desde ya.



Pero debemos hacerlo constar: otra de tus perennidades, o más bien una de las asiduidades del Mundo alrededor tuyo, ha sido el descontrolado ambicionar tus tenues y umbrosas promesas, tu edénico caudal; el bestial apetito de ordeñarlos, usufructuarlos, y devorarlos, sin reconocer o importándole poco que puedan ser perecederas como todo lo demás en esta creación. 
Viéndolo bien en esto fueron los dulces tainos los primeros, los Caribes comegente los segundos y resultaron terceros los españoles con sus armas sin alma. Cuartos, en 1586, los dos mil trescientos ingleses; comandados por Drake, el ladrón convertido en Sir Francis; y quinto los diez mil franceses comandados por Charles-Victor-Emmanuel Leclerc, el cuñado de Napoleón.
A los haitianos, bajo el mando de Pierre Boyer, les tocó el sexto Lugar
Seguro que recordarán la quintilla en parte profética de Fray Juan Vásquez:
“Ayer español nací, / a la tarde fui francés, / a la noche etíope fui, / hoy dicen que soy inglés. / No sé qué será de mí.”
Pues los de al lado se quedaron durante veintidós años, y guardaste silencio por casi el mismo tiempo. No cansado, me parece, más bien sorprendido, y atareado tratando de conservar tus ya añejas usanzas distintivas por encima de lenguas y costumbres que pensaban sembrarse, cambiarte y perpetuarse.
Pero, como casi siempre sucede, hubo un despertar. Probablemente sin escenografía, con simples velas o lámparas de gas, sin un vestuario apropiado, carentes de actores preparados; pero todos, sí, armados de simple patriotismo, alzaste tu voz entre susurrada y potente, para despertar de nuevo las conciencias, nos cuenta Rosa Duarte y Díez que, apuntados y apuntalados por el creador de la Sociedad Dramática, su hermano, un joven que no llegaba a los treinta, Juan Pablo, tú Teatro disparaste las palabras incendiarias de “Roma Libre” de Vittorio Alfieri, de “La viuda de Padilla” de Francisco Martínez de la Rosa, y es de suponer que de algún texto menor escrito por ellos mismos. Lo que importa es que encendiste la llama (o al menos la despabilaste) justo cuando tenías que hacerlo y por encima del temor de aquel público mentalmente encadenado.



Nuevamente fuimos independientes, aunque por no largo tiempo. 
En el cenagoso interregno, el modelo indeseable de los caudillos sucesores, Pedro Santana, abona su permanencia con la sangre de los patriotas y el padecer del pueblo. Alrededor del 1856, tu voz entonces se levanta con el texto de Félix María Delmonte, preterido padre de nuestra dramaturgia. Valiente es tu protesta con “Las Víctimas del 11 de Abril o Antonio Duvergé”, aunque no mucho se alcanza en cuanto a resultados. 
El séptimo fue, de nuevo, España Y me refiero en este momento al listado interrumpido de invasores que han intentado en vano (suena a redundancia pero es sólo acentuación), conculcar los derechos de este pueblo. Otra vez los traidores, buscando seguridad y bienestar, ponen en subasta la balbuceante Patria al más dispuesto postor, que resulta ser la que llamaban madre y que ahora adjetivarán la mala.
Explota una sonora granada, no me refiero a la española ciudad por supuesto y ni siquiera a la fruta encarnada… Hablo del arma mortal. El inocente tapujo, no me atrevo a denominarla excusa, es el uso del quisqueyano indio, que es el dominicano, y de su opresor que sigue siendo el español aunque no actualizado. Las semillas de tu voz son: “Ozema o la Virgen Indiana”, también de Félix María Delmonte; “Tilema”, de Manuel de Jesús Rodríguez Montaño; “Anacaona”, de José Joaquín Pérez; “La Muerte de Anacaona”, de Ulises Heureaux hijo; “Higuenamota”, de Américo Lugo; “Leyenda India”, de Manuel de Jesús García; “Los Quisqueyanos”, de Julio Arzeno; e “Iguaniona”, de Francisco Javier Angulo Guridi. Esto y las sangrientas guerrillas nos devuelven nuestro nombre y también la fe y también la esperanza.
A pesar del esfuerzo por aliarse a la civilización se desatan las furias intestinas, y es esto un nuevo pretexto para los interventores. Con la intención de calmar a los nativos, eso aseguran, llega el octavo, me refiero otra vez a un invasor, que esta vez habla un inglés bastante maltratado. Utilizas entonces tu artillería, contra la primera invasión norteamericana y, a partir del 1916, con un nutrido arsenal de poetas que se convierten, sin pensarlo, momentáneamente, en dramaturgos e intérpretes estableces tus predios. Son ellos: Rafael Damirón, Ricardo Pérez Alfonseca, Apolinar Perdomo, Enrique Montaño hijo, Félix Sauri, Salvador Sturla, Porfirio García Lluberes, Domingo Villalba, Luis Eduardo Betances, Federico Bermúdez, Cuchico Jiménez, Roberto Mateizán, Ramón Saviñon, José Narciso Solá (el padre de Monina la grande), Fabio Fiallo, el español Juan José Llovet, Julio Arzeno, Aquiles Zorda y Fernando Arturo Pellerano. 
Se marcharán seis años después, en el 1924, dejándonos el nombre de la “chopa” (shoper), del seibó (sideboard), el del pariguayo (party watcher) un idiota que va a los bailes a ver bailar. Y algo más queda sembrado, nada simpático, que deberemos soportar por treinta años. Hablo de Trujillo y sus tres décadas que tan largas resultaron. 
Casi de igual duración fue tu silencio. Podría pensarse que estabas muerto o grave o al menos enfermo. Pero meses antes del final te despiertas o te sanas o revives, y se escucha de nuevo tu voz, la voz del pueblo. Matas al tirano disfrazado de “Julio César”, en el shakespereano montaje de Iván García en el 1958; en el 1959 protestas contra el tirano padre en el “Prometeo” de Héctor Incháustegui; con los estudiantes del Colegio de La Salle, execras el tapabocas que teníamos con “La Mordaza” de Alfonso Sastre, y como un tiro de gracias exclamas abiertamente libertad con “Espigas Maduras” del Domínguez, de Don Franklin.
Magnífico final de una época horrenda.



Un gobierno popular es establecido, pero apenas le permiten despegar y es derrocado. Juan Bosch Gaviño el aun flamante presidente, opinaba que un golpe de estado duraría “menos que una cucaracha en un gallinero” y aunque en parte fue algo así, ya él no volverá a ser Jefe del Estado. El intento de retornar al orden establecido desemboca en revuelta militar apoyada por el pueblo… pero nos llega la novena intervención, en inglés otra vez, pero aún éste más maltratado. Llegan el 28 de abril de 1965, 52 mil marines que dicen salvarán vidas, y lo que pudo haber sido una escaramuza bastante pasajera, se convierte en Guerra Patria que desangra por días más de cinco meses. Los soldados extranjeros se marcharán bien entrado el mes de septiembre del mismo año. 
Te refieres heroicamente entonces a la guerra de la zona colonial y ciudad nueva, cuando se defendió el Honor Nacional que intentaban pisotear las botas yanquis. Manuel Rueda con “Entre alambradas” y su “Entremés del Gato Barcino”; Franklin que te presta las palabras de “Canción de Abril” e Iván con trece monólogos, la sátira “Azul Imposible” y la tragedia “Vivir es buena razón”.
Antes, durante y después, en los intentos no muy exitosos para establecer la democracia, son muchos las críticas a los fracasos y las tentativas, también algo ineficaces, de colaborar con su éxito. 
Reapareces, don Teatro, con el decano Franklin Domínguez, en sus sátiras, que retratan profundamente cuatro momentos consecutivos de aquella historia dominicana; “Se Busca un Hombre Honesto”, “Campaña Electoral”, “Se Busca un Hombre Deshonesto”, “Colón, Agua y Apagón” y con ellas protestas contra el golpe de Estado a Juan Bosch y las demás arbitrariedades durante los Doce Años de Joaquín Balaguer. Junto a él Iván García Guerra, y sus obras: “Más Allá de la Búsqueda”, “Don Quijote de Todo el Mundo”, “Un Héroe Más para la Mitología”, “Los Hijos del Fénix” y la “Fábula de los Cinco Caminantes”. Con ellas propondrás la existencia de un humano mejor. Incháustegui completara una trilogía; “Miedo en un puñado de polvo” con “Hipólito” y “Filoctetes”. 
Tu cosecha se amplía con Marcio Veloz Maggiolo y “Creonte”, “Y después las Cenizas”, “El cáncer nuestro de cada día”; Aída Cartagena Portalatín y “Odio Total Euménides”; Carlos Acevedo y “Los Clavos”; los españoles José María García Rodríguez y “Los Gavilleros”; y Carlos Esteban Deive con “¿Quién se atreve con un entremés de Cristóbal de Llerena?“. Además; Haffe Serulle y “Leyenda de un pueblo que nació sin cabeza”: Rubén Echavarría y “La Obra sin Nombre”; Jaime Lucero y “Mamasié”, “Los Gavilleros”, “Papá Liborio”, “Cuentos del Callejón de la Yaya”; Jesús Rivera y “Vivencias de un nuevo barrio”, “El Condenado”; Reynaldo Disla y “Retablo vivo del doce de Octubre”, “Las despoblaciones”, “Bolo Francisco”, “Rudy”, “Capítulo 72”; Frank Disla, con “El último Son”; Aquiles Julián y “Hay un ángel caído en primer plano”; Joseph Cáceres con “Tataiba”; y Carlos Castro con “El Gran Juego” y “Roca la Tumba”.
Y a ellos se unen los arrojados miembros de varios grupos de teatro callejero que se forman a partir de la llegada al país del venezolano Rómulo Rivas: Grupo Gratey, con “Mi Primera Manifestación” y “Regina Express”; Grupo Gayumba, con “Las Artimañas” y “La Urna”, “Huelga”; y Las Cuatro Puntas, conformada por las agrupaciones: Teatro Estudiantil, Teatro Obrero, Tercer Grupo y Círculo Escena, que produjeron espectáculos sin textos básicos. Mas otras manifestaciones del mismo estilo: Grupo Tetraico, con “Fanobrero”; Hombre Escena, con “La Mariposa que Quiso Volar a la Luna” y Grupo Chispas, con “Así en el Cielo como en la Tierra”. Debiste estar cansado, señor Teatro, y lo peor, da la impresión de que pocas de esas páginas se conservan
.


¡Cuán mucho has hablado, voz del pueblo. 
Podemos decir que al menos en los climáticos momentos de nuestra corta e intensa historia, amigo, fue tu voz el principal elemento artístico educativo, creador de conciencias y provocador de protestas y de acción.
No está de más preguntarse fugazmente en este final: “en los intermedios y ahora, desde hace demasiado tiempo, ¿qué ha hecho el teatro?” Ahí están otros magníficos dramaturgos los cuales no se han sentido tentados por la voz activa de la protesta. Y por eso no los he mencionado; no es la intención de este mensaje detallarlos. 
Sí, Voz del Pueblo. Has estado presente casi siempre que el clamor de tu mensaje se precisaba. Sin duda han sido estos tus momentos más brillantes y acabados; más precisos e incisivos; más teatro en fin.
 La voz del pueblo.



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