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jueves, 14 de noviembre de 2013

¿EXISTE UN TEATRO DOMINICANO?


Base para una discusión

Por

IVÁN GARCÍA GUERRA

Primera Parte

 

Muchos dicen que carecemos de un teatro propio, y es esa opinión la base del presente trabajo. Yo en cambio, sostengo que somos bastante ricos en una producción teatral autóctona (aunque sea corta por razones históricas), que no somos especialmente dependientes de ninguna extranjería; y que podemos sentirnos orgullosos del haber escénico de nuestro país.

Existe una prehistoria teatral dominicana en la cual hay reseñas de desconocidos areítos entre la mayoría de los habitantes autóctonos de la isla, los taínos. Esta actividad fue más bien rito que arte, como en el caso de la Grecia preclásica, antes de la llegada de Tespis y los otros.

Después, durante el período colonial, se identifica y conserva en nuestro territorio una sola creación dramatúrgica, el “Entremés de Llerena”, que podría ser tan sólo un fragmento de algo más largo y mejor elaborado. Además, de ese largo período de más de tres siglos, se conoce la referencia de algunos cuantos montajes realizados por estudiantes diletantes en la búsqueda de simple entretenimiento popular.

En la etapa de la dominación haitiana (1822-1844), destacan las presentaciones de la “Dramática”, una filial de la organización patriótica “La Trinitaria”, la cual se ocupó de crear conciencia de la situación de esclavitud a que estábamos reducidos, y de producir una valiente labor de agitación en contra de los invasores. Se conoce el nombre de tres obras europeas; y aunque hay algunas informaciones imprecisas sobre textos dominicanos; nada se puede asegurar por el momento.

Luego, desde la Independencia en el 1944, y hasta el 1917, se desarrolla un intenso movimiento en el cual narradores y poetas incursionan en el arte teatral. Sólo algunos de ellos podrían aceptarse como dramaturgos.

Es el primero, realmente, Félix María Delmonte, a quien podemos considerar el padre de la dramaturgia dominicana, por su texto “Las Victimas del 11 de Abril o Antonio Duvergé”, escrita aproximadamente en el 1856. Esta obra, además de ser la que inicia la producción literaria dramática local, plantea un problema social; tema que se constituye en una constante de nuestra creación escénica hasta la actualidad. Escribirá posteriormente otras piezas, entre ellas una indigenista y una musical, estilos que también tendrían amplia representación posterior.

Entre los que incursionan en el teatro estuvieron: Federico Henríquez y Carvajal, Manuel de Jesús Rodríguez Montaño, José Joaquín Pérez, Américo Lugo, Manuel de Jesús Javier García, Javier Angulo Guridi, José Audilio Santana, José Francisco Pellerano, Rafael Octavio Galán, Tulio M. Cestero, Félix María Pérez Sánchez, Renato D´Soto, Francisco Gregorio Billini, César Nicolás Penson y Cristóbal Díaz.

Merece especial mención Ulises Heureaux hijo, no por la calidad de su trabajo, para mí desconocida, ni por que aportara nada al concepto de un estilo nacional (casi todas sus obras estaba construidas a la manera de la “comedia bien hecha” francesa), sino por haberse constituido en un hombre de teatro con bastante amplia producción.

Ya en los albores de nuestro siglo otros literatos se deslizan al arte de las tablas. Entre ellos: Gastón Fernando Deligne, Rafael Deligne, Arturo Pellerano Castro, José María Jiménez, José Ramón López, Vetilio Arredondo, Juan García Malagón, Adalberto Chapuseaux, Federico Llaverías, Alfonos Matos, Arístides Fiallo Cabral y Gustavo Antonio Díaz. Todos ellos, aunque traten temas localistas y hasta folklóricos, escriben un teatro de textura españolizante.

Cabe destacar dentro del mismo periodo la aparición de las tres primeras dramaturgas dominicanas. Son ellas: Virginia Elena Ortea, Isabel Amechazurra Viuda Pellerano y Melia Delgado de Pantaleón.

En el período de la primera invasión norteamericana, el teatro es vuelto a usarse con intención política, con marcado sabor localista y/o en contra del imperialismo. Entre ellos destaca: Rafael Damirón, con una producción considerable.

Otros nombres son: Ricardo Pérez Alfonseca, Apolinar Perdomo, Enrique Montaño hijo, Félix Sauri, Salvador Sturla, Porfirio García Lluberes, Domingo Villalba, Luis Eduardo Betances, Federico Bermúdez, Roberto Mateizán, José Narciso Solá (padre de nuestra priemra actriz Monina Solá), Fabio fiallo, el español Juan José Llovet, Julio Arzeno, Aquiles Zorda y Fernando Arturo Pellerano. Todos ellos además de las obras con aliento social, escribieron comedias y un teatro algo intimista.

Para esa época. Pedro Henríquez Ureña, con su obra “El nacimiento de Dionisos”, presenta el tema griego, que muchos años después tendrá un fuerte repunte.

Ya en la era de Trujillo se realiza una producción para el teatro, aunque ésta no llegara a realizarse frecuentemente mediante montajes. Sus temas van desde el localismo y el folklorismo hasta el neoromanticismo. Son los autores: Julio Vega Batlle, Armando Oscar pacheco, Cristian Lugo, Miguel Ángel Jiménez y Javier García.

Otras tres mujeres incursionan en la dramaturgia para ese tiempo. Ellas son: Ana Jimena Yépez, Delia Weber y Delia Quezada.

Continúa…

El Teatro a los pies de Cristo.



El poderoso imperio romano dominaba absolutamente todo en las regiones aledañas a Judea. Los tributos que debían pagar los judíos al César (Mateo 22:16-21) mantenían oprimidos a los hombres y mujeres menos privilegiados de toda esa región y por si fuera poco tenían la Ley de Moisés, interpretada a su manera por los fariseos (Mateo 23:2-4) y saduceos que representaban la supuesta teocracia que caracterizaba la forma de vivir de los descendientes de Abraham. Herodes, rey de Judea en tiempos del nacimiento de Jesús (Mateo 2:1), impuesto por los romanos al pueblo israelí, provenía del linaje de los edomitas, descendientes de Esaú, razón suficiente para que el pueblo judío considerara una ignominia el hecho que un extranjero fuera su rey. Sumado a la matanza de niños inocentes que Herodes había llevado a cabo en procura de matar a Jesús (Mateo 2:16)… era más de lo que un pueblo tan orgulloso como Israel podía soportar: Más de seis décadas de dominio romano; un procurador, Poncio Pilato, al servicio del imperio y sobre quien reposaba la ejecución de las leyes; hambre, plagas y el desconsuelo de un pueblo que veía cada día como sus esperanzas se perdían en el vacío de aquel panorama tan desolador.

Así se mostraba el ámbito donde Jesús nació, creció y, ya de adulto, puso en marcha su ministerio de predicación del evangelio acerca del reino de Dios. Era de esperarse que muchos, al escuchar acerca de la llegada del Mesías, pensaran que serían librados del yugo romano, que todas las cosas cambiarían de repente y encontrarían reconciliación con el Dios de sus antepasados. Muertos fueron resucitados, paralíticos se ponían de pie y caminaban, leprosos eran sanados, ciegos que veían, demonios expulsados y la multitud que seguía al Salvador (Lucas 7:21-22; Juan 6:2). Una multitud tan grande que preocupaba excesivamente a los principales de las iglesias que controlaban la religiosidad impuesta al pueblo en el nombre de Dios. Aquellos milagros fueron muestras de misericordia del Mesías. No eran las señales que pedía la generación adúltera de fariseos y saduceos (Mateo 16:4), tampoco una necesidad del Señor por mostrar su poder. Aquellos milagros manifestaban el amor de Dios para con sus hijos, la salvación dada por gracia a todo aquel que reconocía en Jesús al cordero de Dios que profetizaban las escrituras (Isaías 53:7) y se rendían ante sus pies como muestra de adoración. Una muestra indeleble del amor de Dios.

Hoy en día, más de dos mil años después de la llegada del Mesías, quedan criaturas en el mundo a quienes no ha llegado el anuncio de las Buenas Nuevas, aún quedan personas que no han tenido la oportunidad de conocer a Jesús resucitado e ignoran el sacrificio de su sangre derramada en la cruz para inutilizar cualquier sacrificio posterior, porque todo quedó consumado en la cruz del calvario (Juan 19:30). La gran comisión nos fue encomendada (Mateo 28:18-20), los que conocemos el amor de Cristo para su pueblo sabemos que sigue siendo una muestra de su amor el concederles a todos los que en él creen, la oportunidad de alcanzar la salvación mediante el perdón de los pecados y la seguridad de la vida eterna (Juan 3:15-16 y 36).

La dramaturga y actriz dominicana Soraya Guillén ha puesto su talento a las órdenes del Creador. Llevará, entre el 12 y el 15 de septiembre, el poder de la predicación al Teatro Monina Solá. Serán cuatro funciones en días seguidos que dejarán plasmadas huellas en los espectadores de cada una de ellas, porque la palabra de Dios nunca regresa vacía de ningún lugar a donde es dirigida. La hora convenida es las 7:00 PM, usted tiene una cita especial con la palabra de Dios en la obra teatral: "Hoy he tocado su manto", de Soraya Guillén. Los milagros de Cristo nunca se han detenido, es asunto nuestro que toda criatura se entere del camino que conduce a la única verdad que tiene esta vida… el amor del Creador.