Por: Carlos Celdrán
Dramaturgo, director de escena, educador teatral y profesor cubano.
Antes de mi despertar en el teatro, mis maestros ya
estaban allí. Habían construido sus casas y sus poéticas sobre los restos de
sus propias vidas. Muchos de ellos no son conocidos o apenas se les recuerda:
trabajaron desde el silencio, desde la humildad de sus salones de ensayo y de
sus salas llenas de espectadores y, lentamente, tras años de trabajo y logros
extraordinarios, fueron dejando su sitio y desparecieron. Cuando entendí que mi
oficio y mi destino personal sería seguir sus pasos, entendí también que
heredaba de ellos esa tradición desgarradora y única de vivir el presente sin
otra expectativa que alcanzar la transparencia de un momento irrepetible. Un
momento de encuentro con el otro en la oscuridad de un teatro, sin más
protección que la verdad de un gesto, de una palabra reveladora.
Mi país teatral son esos momentos de encuentro con los
espectadores que llegan noche a noche a nuestra sala, desde los rincones más
disímiles de mi ciudad, para acompañarnos y compartir unas horas, unos minutos.
Con esos momentos únicos construyo mi vida, dejo de ser yo, de sufrir por mí
mismo y renazco y entiendo el significado del oficio de hacer teatro: vivir
instantes de pura verdad efímera, donde sabemos que lo que decimos y hacemos,
allí, bajo la luz de la escena, es cierto y refleja lo más profundo y lo más
personal de nosotros. Mi país teatral, el mío y el de mis actores, es un país
tejido por esos momentos donde dejamos atrás las máscaras, la retórica, el
miedo a ser quienes somos, y nos damos las manos en la oscuridad.
La tradición del teatro es horizontal. No hay quien
pueda afirmar que el teatro está en algún centro del mundo, en alguna ciudad o
edificio privilegiado. El teatro, como yo lo he recibido, se extiende por una
geografía invisible que mezcla las vidas de quienes lo hacen y la artesanía
teatral en un mismo gesto unificador. Todos los maestros de teatro mueren con
sus momentos de lucidez y de belleza irrepetibles, todos desaparecen del mismo
modo sin dejar otra trascendencia que los ampare y los haga ilustres. Los
maestros de teatro lo saben, no vale ningún reconocimiento ante esta certeza
que es la raíz de nuestro trabajo: crear momentos de verdad, de ambigüedad, de
fuerza, de libertad en la mayor de las precariedades. No sobrevivirán de ellos
sino datos o registros de sus trabajos en vídeos y fotos que recogerán solo una
pálida idea de lo que hicieron. Pero siempre faltará en esos registros la
respuesta silenciosa del público que entiende en un instante que lo que allí
pasa no puede ser traducido ni encontrado fuera, que la verdad que allí
comparte es una experiencia de vida, por segundos más diáfana que la vida
misma.
Cuando entendí que el teatro era un país en sí mismo,
un gran territorio que abarca el mundo entero, nació en mí una decisión que
también es una libertad: no tienes que alejarte ni moverte de donde te
encuentras, no tienes que correr ni desplazarte. Allí donde existes está el
público. Allí están los compañeros que necesitas a tu lado. Allá, fuera de tu
casa, tienes toda la realidad diaria, opaca e impenetrable. Trabajas entonces
desde esa inmovilidad aparente para construir el mayor de los viajes, para
repetir la Odisea, el viaje de los argonautas: eres un viajero inmóvil que no
para de acelerar la densidad y la rigidez de tu mundo real. Tu viaje es hacia
el instante, hacia el momento, hacia el encuentro irrepetible frente a tus
semejantes. Tu viaje es hacia ellos, hacia su corazón, hacia su subjetividad.
Viajas por dentro de ellos, de sus emociones, de sus recuerdos que despiertas y
movilizas. Tu viaje es vertiginoso y nadie puede medirlo ni callarlo. Tampoco
nadie lo podrá reconocer en su justa medida, es un viaje a través del
imaginario de tu gente, una semilla que se siembra en la más remota de las
tierras: la conciencia cívica, ética y humana de tus espectadores. Por ello, no
me muevo, continúo en mi casa, entre mis allegados, en aparente quietud,
trabajando día y noche, porque tengo el secreto de la velocidad.